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22 mar 2011

LA GUERRA DE LIBIA


El pasado sábado los aliados bombardearon Libia, consiguiendo su primer objetivo, imponer una zona de exclusión aérea en apenas 24 horas. La alianza que encabezan EE UU, Gran Bretaña y Francia comenzó los ataques para evitar que las tropas de Gadafi tomaran Bengasi, el principal bastión rebelde.
La intervención de los aliados se ha hecho esperar, y es que Libia parece no tener demasiado interés bélico para los Norte americanos. Llama la atención el pasotismo con el que la ONU miraba el caso de Libia, un país en el que hay un dictador que está masacrando a una población que clama libertad y que tiene hambre de democracia tras largos años de dictadura. Quizá la intervención de las tropas aliadas debería haber llegado antes, cuando el opresor estaba contra las cuerdas, y no en un intento desesperado por frenarle cuando se ha vuelto a hacer fuerte, resurgiendo de sus cenizas y dejando tras de sí un reguero de sangre en su afán por aferrarse al poder. La intervención de los aliados, aunque tardía, es necesaria. La sociedad occidental no puede mirar hacia otro lado y debe defender los valores democráticos y sobre todo, no debe abandonar a un pueblo que está siendo aniquilado por luchar por sus derechos.
Esta es la primera guerra para Barack Obama, ya que las anteriores las heredó de la era Bush. Hay una gran expectación por ver cuál es su forma de actuar y ver si lleva a cabo su filosofía de política exterior. EE UU no tiene intereses especiales en Libia. Su petróleo no le interesa y no es un país clave en la lucha antiterrorista. Puede que se trate de una de las pocas guerras justas en las que la primera potencia mundial se ha visto involucrada en los últimos tiempos, con lo que su imagen se habría visto muy perjudicada en caso de no intervención, más aún, cuando se ha autoproclamado salvador de los pueblos oprimidos, sobre todo de los pueblos con reservas petrolíferas. Un país que enarbola los valores de libertad y democracia no puede permanecer impasible cuando estos se están violando de una manera tan flagrante, tan solo porque no tenga intereses económicos o de otro tipo en la zona. Hacer la vista gorda supondría un acto de hipocresía e incoherencia clamoroso.
Uno de los países que ha tirado del carro de la operación, ante la pasividad estadounidense en un primer momento, ha sido Francia. Los rebeldes libios se lo agradecían con cánticos y alabanzas a Sarkozy, que atraviesa sus horas más bajas de popularididad desde que llegó al poder. El presidente galo se ha propuesto volver a las portadas de los periódicos de todo el mundo, quedando patente, una vez más, su afán de protagonismo.
En pleno siglo XXI, todos los pueblos deberían tener la capacidad de decidir quién les gobierna y la forma en que debe hacerse. Las potencias democráticas de Occidente deben luchar con todas sus armas para garantizar los derechos fundamentales de los ciudadanos que viven bajo la sombra de un opresor.

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